Mi vida es un
aburrimiento aunque hay momentos en la vida en los que esta te sorprende. El
otro día me levante para ir al instituto como un día normal, cogí el autobús
como de costumbre y para variar a las ocho y media de la mañana entré a esa
prisión verde que algunos llaman instituto. La gente es siempre la misma, los
pasillos parecen todos iguales y las clases, las clases eran monótonas hasta
que llegó aquella hora, la hora de Lengua con Ana Mariñosa.
Después de dar cierta materia, de la cual no me acuerdo muy bien por mi
somnolencia, comenzó a leer una leyenda de Bécquer. Ella decía que era una
historia muy conocida y que quería que hiciéramos una actividad con ella, por
tanto la presté mi mayor capacidad de atención. Después de introducirnos un
poco algunos conceptos sacó unos cuantos folios de su mochila marrón y comenzó
a leer. Su voz no era la misma de cuando explicaba la lección ya que no estaba
elevando el tono porque todos manteníamos un silencio sepulcral, uno jamás
visto en mi clase. A pesar de que teníamos que tomar nota opté por apoyar mi
cabeza sobre mi brazo en posición de ángulo de noventa grados como algunos de
mis compañeros. La profesora llevaba un par de minutos leyendo con el mismo
tono de voz y en clase no se escuchó ni a una mosca volar. Poco a poco notaba
como su voz se metía en mi cabeza y era capaz de imaginármela a la perfección…
De repente me desoriento y no sé donde me encuentro. Solo sé que estoy en un
salón rodeada de gente, gente que charla sobre almas en pena y la noche de los
difuntos. Intento buscar a mis compañeros pero no los encuentro. Todo a mí
alrededor es muy extraño. Todos visten con ropa lujosa de época sin embargo
aquí estoy yo con mis vaqueros rasgados y mis deportivas. El salón es enorme
aunque un pequeño rincón con una chimenea llama mi atención. “¿Quién será toda
esta gente?” me pregunto, aunque no había forma de encontrar la respuesta. Me
comencé a poner muy nerviosa hasta tal punto de que me castañeaban los dientes
y no, no era por frío. Lentamente con pasos titubeantes me acerqué a donde dos
muchachos estaban sentados. Antes de interrumpirles escuché lo que estaban
diciendo y por lo que escuché eran familia aunque en el ambiente se respiraba
amor. Cuando hubo un silencio algo incómodo al parecer intenté hablarles pero o
no me escuchaban o me ignoraron por completo. Entonces me giré e intenté hablar
con alguna anciana que estaba situada cerca de mí pero el resultado fue el
mismo, nada. Definitivamente era invisible. ¿Cómo iba a saber cómo salir de
allí si no sabía ni donde me hallaba? Los dientes me castañearon aún más y el
frío de aquella sala empezaba a calar en mis huesos inquietos.
Ante mi desesperación intenté chillar para ver si alguien hacía el amago por lo
menos de atenderme pero mis berridos se ahogaron de tal manera que no me quedo
más remedio que escuchar lo que aquella pareja de jóvenes medio enamorados
decía. Al parecer hablaban de un objeto que la muchacha había perdido y por ello
usó una táctica femenina para hacer que el chico lo recuperara. Vi el miedo de
ese chico en los ojos, aunque apuesto lo que quiera que si él me hubiera visto
a mí, vería el doble de desesperación, ya no miedo sino desesperación.
Me senté en el sofá que
aquel muchacho había dejado libre, al parecer ese chico se llama Alfonso y la
chica Beatriz. La curiosidad era que me sonaba bastante esos nombres, pero
bueno, no le di importancia. Intenté tranquilizarme pero el castañeteo de mis
dientes retumbaba en mi cabeza y no me dejaba pensar. El frío en mi cuerpo
aumentaba y no había manera humana de pararlo. O salía de allí o moriría a
causa de un ataque de nervios porque todo eso era muy extraño.
Al tiempo de ver al
muchacho marchar la chica se levantó y salió de la sala. Por curiosidad decidí
seguirla para ver si podía encontrar una salida o por lo menos una respuesta.
Mis piernas eran gelatina y de haber visto mis huellas parecerían marcas de
pasos de una clase de bailes de salón. Estaba inquieta, aturdida, necesitaba
salir de donde fuera que estuviera porque no hay peor sensación que no saber
dónde estás ni a dónde vas. Como pude
seguí a la chica y con ella llegué a lo que parecían sus aposentos. Después de
unas oraciones y de preguntarse dónde estaba su supuesto amado se acostó y yo
me fui a la esquina de su habitación detrás de una cortina para cobijarme un
poco. La cabeza me daba vueltas, quería chillar pero sabía que no serviría de
nada, que simplemente se quedaría en gritos sordos.
De repente vi como Beatriz levantaba la cabeza de su lecho porque creo que las
dos empezamos a escuchar exactamente lo mismo: un reloj daba las doce, unos
perros ladraban y un conjunto de pasos y de ropas arrastradas se acercaban
hacia la habitación donde ambas nos encontrábamos. Muerta de miedo decidí
taparme la cara con la cortina aunque como se suele decir la curiosidad mató al
gato. No logré ver nada la verdad pero escuchar sí que lo hice aparte de mi
característico castañeteo que ya alcanzó el nivel de castañuela.
La mujercita parecía dormida pero yo solo pensaba en la manera de salir de
allí. ¿El por qué? El ambiente de la habitación había cambiado, el aire se
tornó frío y congelador pero distinto al que había en esa misma habitación hará
un rato. Fue un frio que me paralizó y me dejó inmóvil. Cuando un poco de mi
miedo se puso en pause fui capaz de echar un vistazo por la habitación iluminada
tenuemente por la Luna. Y sinceramente no sé para que lo hice, lo único que conseguí
fue que mis cuerdas vocales y mi boca no pudieran articular palabras a pesar de
que nadie me hubiera podido ayudar. Vi como una especie de sombra que me
resultó familiar dejaba una banda sobre la coqueta de la joven y de repente
desapareció. Nada más ver eso cerré mis ojos y me tapé totalmente con la cortina
para usarla como pañuelo para secar mis lágrimas. Nadie me escuchaba, nadie me
veía, solamente me tocaba esperar a que la luz de un nuevo día se hiciera notar
por la ventana de la joven, mientras tanto solo quedaba esperar.
Las horas se hicieron
eternas para ambas como pude presentir aunque al fin la luz de un nuevo día
apareció. Entonces pude escuchar como voces procedentes del salón anunciaban la
muerte de Alfonso, el chico del salón. Antes de que me pudiera levantar del
suelo donde pasé la noche Beatriz ya se había levantado y estaba estupefacta
mirando la banda que se situaba encima de su coqueta. De repente apareció una
mujer perteneciente al servicio de la casa pero para mi sorpresa no la llamaba
a ella… ¡ME LLAMABA A MÍ! ¡PODÍA ESCUCHAR SU NOMBRE RETUMBANDO EN AQUELLA
HABITACIÓN! Entonces…
Entonces abrí los ojos y
levanté la cabeza de mi mesa y pude contemplar las carcajadas resonantes de mis
compañeros de clase que me habían estado observando todo este tiempo mientras la profesora me llamaba a gritos. Efectivamente,
me había dormido.