Recuerdo que desde que era bien pequeño algo extraño
pasaba en mi casa. Yo nunca he sido muy listo pero no había que ser muy
inteligente para saber que algo se me escapaba. Muchas noches cuando yo me iba
a la cama se oían chillidos y golpes, incluso recuerdo una vez que mamá tiró un
jarrón porque lloraba y chillaba mucho. Yo pensaba que mi hermana mayor lo
escuchaba también pero una vez la pregunté y me dijo que lo mejor era aislarse
y no escuchar nada. Yo en ese momento no la entendí pero ella ya me avisó de
que desgraciadamente años después lo averiguaría.
Mi ignorancia seguía adelante. No sé por qué motivo pero
tengo una imagen de mi madre llena de golpes y moratones y al preguntarla que
qué había pasado me dijo que se había caído por las escaleras. Posteriormente
dándole vueltas yo solo llegué a la conclusión de que vivíamos en un primero y
que era imposible que se hubiera caído. “Se habrá equivocado al responderme”
pensé inocente de mí. Los años pasaban entre peleas nocturnas, lo que más me
sorprendía es que luego papá le traía flores a mamá cuando aún faltaban meses
para su cumpleaños.
Mi hermana seguía en la atmósfera que se había creado
ella sola para aislarse cuando aquellos gritos dejaron de suceder solamente por
la noche. Papá bebía cada vez más y mamá, no sé por qué motivo, lloraba cada
vez más. Pobrecita, la debía de doler mucho aquella caída por la escalera
porque nunca la desaparecían los moratones, por ello tenía que tapárselos con
su maquillaje especial tal y como ella lo llamaba. Como he dicho antes esos
gritos pasaron a ser diurnos y cada vez más y más insoportables. Me di cuenta
de que papá siempre chillaba a mamá por cosas que ni siquiera tenía la culpa,
la trataba muy mal y luego la compraba rosas para pedirla perdón y ella siempre
le perdonaba. Todo el mundo hablaba con mamá muy preocupados pero no me
enteraba muy bien de la razón porque siempre hablaban en clave. Cuando mi padre
estuvo una semana fuera trabajando vino mi tía a pasar unos días. Ella nunca
venía cuando estaba mi padre porque él decía que era una mala mujer que solo
quería que mi madre lo abandonase. Nada más entrar por la puerta con la maleta
empezó a llorar, según ella, porque mi madre estaba muy desmejorada aunque yo
la veía igual que siempre la verdad. Mi tía se acomodó y se tomó un café con mi
madre mientras que yo acataba las órdenes y jugaba solo en mi cuarto. Escuché
como ambas hablaban y minutos más tarde mi madre lloraba, “estará contenta de
verla” pensé pero sus motivos eran otros. También escuché los murmullos de mi
madre que decía que no podía dejarnos solos a mi hermana y a mí y para variar
yo tampoco entendí por qué mi madre dijo eso.
Las hojas del
calendario pasaban muy rápidas fuera de casa pero muy lentas cuando estaba
dentro. Una noche, salí a descubrir por qué se oían únicamente golpes ya que se
hacía extraño que todo estuviera en silencio. En aquel instante me marcó de por vida y me explicó lo que había
sucedido casi cada noche cuando yo me metía en la cama: mi padre pegaba a mi
madre. Muerto de miedo me metí en la habitación de mi hermana mayor y vi con
claridad como lloraba y como trazaba una línea por dentro de la puerta del
armario. Cuando me vio entrar me explicó que era cada línea que había rayado.
Aquellas marcas las había trazado cada vez que papá y mamá discutían y ella
llorando no podía hacer nada. Esa noche me explicó muchas cosas que me hicieron
madurar de golpe. Algunas de las cosas no puedo recordarlas sin llorar en el
intento. Sin embargo otras no podía creérmelas como que mi padre también pegó
una noche a mi hermana porque mi madre no estaba en casa y no sabía con quién
pagarlo. Ahora entiendo por qué mi hermana dejó de acercarse a mi padre de la
noche a la mañana. Cada cosa que mi hermana me contaba era una pieza de puzle
que me faltaba para entenderlo todo. Llegué a tener temblores muy grandes a
causa del miedo, razón por la cual mi hermana me ofreció dormir con ella esa
noche. Lo último que recuerdo de aquella noche fueron las palabras de mi
hermana antes de apagar la luz. Las palabras fueron…
“Prométeme que jamás de los jamases pegarás a una mujer.
Prométemelo. Prométemelo porque maltratar a una mujer psicológicamente está mal
pero ya físicamente es de lo más miserable que hay en este mundo. Nunca hay
argumentos para justificar maltratar así a un ser humano ¿lo entiendes?
Prométeme que serás un buen hombre el día de mañana y que a la mujer que elijas
la harás feliz y la tratarás como la diosa que es. Y si algún día por lo que
sea el amor se acaba que cada uno vaya por su camino que será lo mejor. Pero
también hazlo por tus futuros hijos. ¿A qué no quieres que pasen este calvario?
¿A qué no quieres que saboreen lo que es este infierno? Pues prométeme que
nunca lo harás y si algún día se te pasa por la cabeza espero que recuerdes
todo lo que acabas de vivir… Buenas noches, pequeño. “
Mi adolescencia
quedó marcada a partir de ese momento ya que mi hermana unas semanas más tarde
de esa noche se fue de casa, ya tenía la mayoría de edad y estaba cansada de un
ambiente así. Me dijo que fuera fuerte porque ella no podía llevarme a donde
quiera que fuese. Fui todo lo fuerte que pude, a veces la llamé porque lo
necesitaba y a veces simplemente mi odio crecía cada vez más hacia mi padre. Mi
padre era un inconsciente que no valoraba a mi madre de ninguna forma aunque mi
madre no fue lo suficientemente valiente como para pedir ayudar y dejar de
sufrir ese maltrato. Todo esto me hizo prometer aun más fuerte todo lo que
hablé aquella noche con mi hermana.
Todo eso me lleva a donde me encuentro ahora. Ahora me
encuentro muy cabreado levantándole la mano a mi esposa tirada en el suelo
mientras mi hijo llora en su cuarto. Por unos instantes se me ha olvidado la
promesa que le hice a mi hermana de jamás de los jamases pegar a una mujer,
sino hubiera sido porque ella me recuerda tanto a mi madre no sé qué hubiera
pasado. Ella murió a manos de mi padre que ahora está en la cárcel por aquel
acto tan miserable que cometió. No me puedo creer lo que está sucediendo en la
casa que prometí que ante todo sería un hogar y no una cárcel. Tiendo una mano
a mi esposa y con cuidado la levanto mientras la pido el perdón más sincero que
he dicho en mi vida. Ella como buena persona que es me perdona porque sabe que
no lo haría por todo lo que pasé y juntos nos vamos a tranquilizar a nuestro
pequeño. Ante todo voy a cumplir aquella promesa porque además esa noche mi
hermana añadió la frase que llevo tatuada en el brazo: “Un hombre cuando
maltrata a una mujer deja de ser un hombre”
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